2012 no sólo podría pasar a la historia como el año en el que la Unión Europea dejó atrás la crisis del euro (ya sea porque éste fue salvado o todo lo contrario), sino porque en 2012 se celebra el bicentenario de un momento no menos importante de la historia europea: la invasión napoleónica de Rusia. Como cuenta Tolstói en Guerra y paz, Napoleón perdió esa campaña. Pero uno de sus sueños se ha hecho realidad doscientos años después: la creación de un superestado europeo. ¿Fue necesaria para ello «la primera guerra total»? En el libro de David Bell el lector encontrará elementos de sobra para responder a la pregunta.
La primera guerra total no es la típica narración sobre los avances tecnológicos y de la estrategia militar, ni tampoco se deleita analizando el porqué psicológico de las decisiones de grandes militares como Napoleón. En realidad es un libro más avanzado y ambicioso. David Bell estudia cómo la guerra es pensada y cómo pasa a formar parte de nuestras vidas. Por tanto, lo que nos propone es algo muy novedoso: una historia cultural de la guerra.
La guerra —en especial para los pacifistas y los humanistas— representa una parte embarazosa de nuestra cultura. La guerra es responsable de la mayoría de las obras más celebradas de la historia de la literatura, el cine, la música y las artes plásticas. Don Quijote, no lo olvidemos, se creía un guerrero medieval. La historia de amor de Casablanca jamás se hubiese producido sin el estallido de la Segunda Guerra Mundial. El David esculpido por Miguel Ángel está armado con la honda usada para matar a Goliat. Y sonidos reminiscentes del campo de batalla puntúan algunas sinfonías de Beethoven.
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