Acaso sea uno de los gestos más universales del ser humano: sonreír cuando posamos para una foto. Estiramos los músculos de la boca sobre ambos lados de la cara y felizmente dejamos que los labios desnuden nuestros dientes, como una ola de mar al retirarse descubre la orilla recién mojada. Hace ya cinco siglos, un toscano pertrechado con una tabla, pinceles y óleos hizo una foto pictórica a una mujer con la boca cerrada que la historia se ha encaprichado en que conozcamos igual de bien con dos nombres, la Gioconda y la Mona Lisa. Pocos rostros femeninos son tan famosos como el que porta esa sonrisa cerrada.

Se dice que si la nariz de Cleopatra hubiese sido más corta, la historia del mundo habría cambiado. Yo quiero convencerle de que si la Gioconda nos saludase con una sonrisa abierta, la historia del arte no sería la misma.

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