Tras la abdicación del rey Juan Carlos I, el debate que acapara la atención de los medios de comunicación, el pulso de las redes sociales y la conversación en la calle es si España debe seguir siendo una monarquía o convertirse en una república. Lo cierto es que estamos ante un debate viejo, muy viejo. En la memoria colectiva perdura la experiencia de 1931, tras la renuncia de Alfonso XIII a la Jefatura del Estado y la instauración de la Segunda República. Además, como nos recuerdan los libros de historia, un debate similar aparece y reaparece a lo largo del siglo XIX.
Pese a ser tan viejo, el debate sigue provocando la misma y estéril respuesta: monarquía o república. En realidad, como en el siglo XIX y en 1931, hoy, en 2014, la solución a problemas crónicos de España, como la desconfianza ciudadana hacia las instituciones políticas y los ciclos de precariedad económica, no pasa por rejuvenecer la monarquía con Felipe VI ni por instaurar la Tercera República. La solución real es otra: construir una sociedad civil fuerte, independiente del Estado.
Parte de una sociedad civil son las asociaciones de vecinos de su ciudad, el club de lectura de su barrio, los centros culturales de su municipio, las peñas deportivas de su comarca, el grupo de catequesis de su parroquia… En resumen, la sociedad civil incluye el conjunto de organizaciones no políticas que ayudan a canalizar los intereses de la ciudadanía y a su vez permiten la vigilancia cívica sobre el poder político. Cuanto mayor es el número y la diversidad de estas organizaciones y cuanto mayor es la implicación de la ciudadanía en ellas, mayor es la solidez de la sociedad civil de un país y menor es la existencia de corrupción política y social.
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