El poder más la selección que se hace del mismo, menos la marginalidad que se suma a la injusticia multiplicadas por la desigualdad dan como término igual al gobierno de los otros (otrocracia) menos la horda que se multiplica por la representación elevada a la potencia de la tutela a la que se divide por el poder legislativo más el ejecutivo y el judicial. Expresarlo de la manera en que el resultante numérico genera la versatilidad de los algoritmos, era una deuda pendiente de hace tiempo, debíamos una ecuación democrática, para más luego intentar desentrañar la formulación primigenia de lo que nos hace pretendientes de lo democrático.
Así como la ecuación de Dirac, popularizada cómo la ecuación del amor, afirma o postula: “Si dos sistemas interactúan uno con el otro durante un cierto periodo de tiempo y luego se separan, es posible describirlo como dos sistemas separados, pero de alguna manera sutil están convertidos en un solo sistema. Aunque se separen y estén a millones de kilómetros de distancia, a años luz, siguen influyendo entre ellos. Uno sobre otro”.
Resultaba harto necesario traducir en la formulación por la que se expresan los números, los elementos principales en los que se manifiesta lo democrático y de qué manera introducir las modificaciones para contar con un mejor resultado, en términos democráticos.
Por supuesto que la ecuación no lleva números, dado que no se trata de una cuestión matemática, por más que se use el envase del formulismo o el esqueleto de la formulación mediante una ecuación. El ordenamiento disciplinar que imprime el arribar a una conclusión concluyente como lo es una especificidad determinada de una abstracción cómo el número nos posibilita una síntesis más clara, una finalidad concreta y expresada.
¿Pero qué significaría contar con una democracia de diez o de uno? En una primera instancia, o sobre todo en los momentos o circunstancias electorales tal vez mucho, sobre todo para ordenar o conformar las mayorías y minorías. Sin embargo y éste es el punto, la democracia no puede acabar allí, sintetizarse en una expresión numérica o arribar como absoluto a una cifra, sin siquiera saber, conocer u observar la formulación o el procedimiento para tal resultante.
Esta es la razón por la que expresamos en una dinámica numérica un diagnóstico y una propuesta para nuestras democracias actuales.
Nuestra ecuación plantea que en tanto y en cuanto a la representación esté atada o sujeta a un poder organizado por dispositivos como partidos políticos que aglutinan personas, individuos o cantidades y no proyectos, propuestas o políticas públicas, lo electoral será lo prioritario en una selección que se convierte en una opción condicionada que atenta con desintegrar lo que promete sin cumplir.
Los poderes constituidos y escindidos, legitimados tras lo subyacente de lo electoral no se validan luego en una mejora sustancial o mantenimiento de las condiciones, sino por el contrario confluyen en el empeoramiento de la situación en general, de la mayoría de todos y cada uno de los integrantes de la comunidad democrática que cae o deviene, de pueblo, ciudadanía, mayoría en horda, disgregación o lucha de facciones por la supervivencia.
El número debe anudarse como resultante de las tensiones y polémicas que se diriman en el campo dialógico, del entrecruzamiento de las ideas, sintetizadas en conceptos para luego ser considerados por aquellos que deseen expresar su apoyo o agrado por intermedio de un resultante dado por una ecuación.
Caso contrario de no lograr dislocar, de no filtrar la hegemonía de lo numérico, no sólo que lo democrático continuará en una suerte de disgregación cuántica o escisión ad infinitum, sino que como resistencia lógica y rebeldía natural, la palabra se guarecerá en las formulaciones numéricas, y nos quedaríamos también sin matemáticas y por ende el sistema algorítmico no tendría sentido de continuar.
Así como Borges recordó la pretensión del idioma analítico de John Wilkins, la ecuación democrática es la única que no debe llevar números, pese a que tenga como finalidad que la democracia acomode al número detrás del concepto, para que estos vuelvan a significar cosas concretas, efectivas y fehacientes para todos y cada uno de los habitantes de una comunidad democrática, y no meras palabras al viento, estampadas en un papel o consagradas como traducción de una voluntad de voto en una planilla electoral o que devele un número por mera acumulación de voluntades sucintas y circunstanciales.